martes, 24 de enero de 2012

'El montaplatos': un extraño juego de poder



Un escenario y dos camas. Las luces se apagan y todo permanece a oscuras durante unos minutos que parecen eternos. De pronto una luz comienza a iluminar los camastros. Primero tenuemente, para después ganar intensidad. Los muebles, que desprenden una extraña claridad, parecen convertirse en algo que va más allá de lo tridimensional. Sobre las camas descansan dos hombres…


Así empieza ‘El montaplatos’ (‘The drumb waiter’), la obra de teatro del premio Nobel de Literatura en 2005 Harold Pinter. La Sala 2 de las Naves del Teatro Español en Matadero acogerá, hasta el próximo 11 de marzo, la representación cuya dirección corre a cargo de Andrés Lima.


La función, protagonizada por Alberto San Juan y Guillermo Toledo, cuenta la historia de Ben y Gus, dos asesinos a sueldo que esperan encerrados en un lúgubre sótano las órdenes de la organización para la que trabajan. A los personajes, cuyo nerviosismo va in crescendo debido a la falta de noticias, se unirá el tercero en discordia: el montaplatos; a través del cual, recibirán exóticos encargos de comidas.

La obra de Pinter, que hace referencia a la estúpida servidumbre que se genera en las relaciones humanas, nos recuerda, o al menos a mi sí, al famoso reality show ‘Gran Hermano’, en el que un grupo de personas permanece encerradas bajo el control de un ser superior. En el caso concreto que nos ocupa, el montaplatos “podría ser tu jefe, el Papa, el presidente, Dios, tu mujer, tu marido o tu padre”, tal y como ha señalado Lima.

Por otro lado, las conversaciones llevadas a cabo entre los dos protagonistas nos remiten inevitablemente a Samuel Beckett y a los diálogos de ‘Esperando a Godot’: ‘absurdos’ y soberbios a partes iguales. El discurso interrelaciona el nerviosismo y el absurdo, dando lugar a situaciones realmente cómicas dentro de la atmósfera trágica que envuelve toda la representación.

‘El montaplatos’
cuenta con un atractivo guion al que se une la más que correcta coreografía interpretativa de los actores. Llegados a este punto es necesario hacer una especial mención a Alberto San Juan, puesto que Guillermo Toledo no abandona el ya conocido papel de hombre nervioso y esperpéntico al que nos tiene acostumbrados. No obstante, y pese a ser una obra teatral totalmente recomendable, su punto fuerte reside en la escenografía, con una zona de butacas y un escenario totalmente plastificados en negro y una iluminación capaz de brillar por si misma. En definitiva, una representación capaz de acompañar al público más allá de la sala una vez ‘bajado el telón’.

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